Por Yoisi Cárdenas, estudiante de Comunicación
Recuerdo la frase que un día mi madre me dijo: “aprovecha a tu hijo ahora que es un niño; abrázalo, mímalo, juega con él, porque esa edad nunca volverá”. A mis casi cuatro décadas de vida, esas sabias palabras me vienen a la mente cuando veo a mi hijo de 17 años que dice: “mami me dejas salir a comer una papita”. El tiempo nos da la razón y es el mejor juez y es que la frase: “todo tiempo pasado fue mejor” me susurra al oído el transcurrir de los años y con un poco de nostalgia recuerdo aquellos días cuando mi pequeño Jair me pedía un abracito.
El ciclo de la vida desde su nacimiento hasta la muerte tiene sus etapas que para muchos es marcada de alegrías, tristezas, triunfos y fracasos. Justamente, esa etapa tan bonita debe ser la más aprovechada. Cuando un día en brazos arrullábamos a nuestros hijos y veíamos como daban sus primeros pasos, su primeras palabras. En mi caso, la alegría que sentí al escuchar que mi hijo empezó a pronunciar las primeras frases, fue maravilloso. El recuerdo de cuando lo dejabas el primer día en la escuelita y la profesora te decía: “vaya nomás tranquila, así mismo es el primer día de clases”. Es que son etapas de la vida que nos toca asumirlas y que me hacen rememorar las anécdotas de mi madre.
Lo mismo me sucedió. Un martes por la noche revisando mi correo personal me llegó una notificación de espacio lleno, por lo que procedí a revisar mi cuenta de Google Drive para eliminar archivos, cuando me encontré unas fotografías del año 2012. En aquella época mi Jair tenía 7 años. La inocencia y ocurrencias de esa edad son el más lindo recuerdo de una madre. Las lágrimas recorrieron mi cara, invadiéndome la nostalgia al verlo convertido en un joven alto y apuesto.
Tal vez mi cuerpo ya no responda como antes y ya no pueda correr, jugar, saltar, tomar a mi pequeño entre mis brazos y darle tantas vueltas como él quería. Todas esas memorias las he cambiado por las noches de desvelo cuando me pide permiso para salir con sus amigos y el reloj del celular que no se detiene después de las 11 de la noche, hora en la que tenía que estar en casa o pidiéndome por teléfono que le dé unas horas más. Debo confesar que en ocasiones flaqueo y soy permisible, pero en otras no me queda más que ser tajante y dura.
Comparto con las mamitas esta reflexión para que al leer este artículo tal vez concuerden conmigo en que hay que aprovechar al máximo la etapa de la niñez de nuestros hijos, porque un día crecerán, tomarán su camino, volarán y serán lo que ellos soñaron, sin nosotras.