Por Daniel Dueñas, estudiante de Comunicación
El inicio de la etapa universitaria genera sentimientos encontrados, momentos de nerviosismo, agrado y, quizás, engrandecimiento, puesto que es un objetivo que pocas personas logran al ingresar al templo del saber. Se abre una fase de ajustes con varios desafíos, entre los cuales destacan el entenderse, acoplarse con compañeros de diferentes etapas generacionales, diversas costumbres y criterios. Los modelos de la vida estudiantil tienen que ver con la preparación adquirida en el colegio, junto con las responsabilidades diarias que cada estudiante mantiene en su trabajo, casa, relaciones familiares, responsabilidades económicas, sin contar otros sacrificios de por medio.
La educación superior, en sus diferentes modalidades, ha experimentado procesos de cambios debido a los avances tecnológicos digitales. Esto requiere una participación activa y comprometida por parte de los alumnos para así avanzar en este periodo académico. La motivación personal de cada estudiante resulta esencial, ya que se vuelve el motor fundamental para seguir avanzando en el proceso de formación, adicional del grado de entendimiento en los diferentes niveles de aprendizaje, así como la aplicación de técnicas pedagógicas y didácticas por parte de los docentes.
Adicional a lo descrito, otro elemento fundamental en el proceso educativo es el buen uso que se le da a las herramientas digitales que tiene cada estudiante, así como la calidad de comunicación clara y activa que mantenga con los profesores para fomentar su aprendizaje y discernir dudas sobre temas que no fueron entendidos durante las horas de clase.
Recordemos que todo tipo de preparación educativa amerita ser más productivo en los niveles laborales, sociales e, incluso, personales. Con todo lo expuesto hay una gran interrogante: ¿el estudiante universitario, actualmente, está preparado para aprender a aprender?